La modelización del negocio como apoyo a las decisiones

Tener el negocio “en la cabeza” no es fácil cuando de lo que se trata es de ser capaz de identificar las consecuencias económicas y financieras que vendrían dadas por la aplicación de determinadas decisiones.
 
Aquí es donde puede ayudarnos disponer de un modelo económico de la empresa, entendiendo por modelo “una representación simplificada que ayuda a la comprensión de un sistema real más complejo”.
 
No se trata de nada sofisticado, ni de aplicar regresiones múltiples o técnicas por el estilo. Es simplemente desarrollar sobre una hoja de cálculo un modelo de proyecciones que refleje las principales características de nuestra empresa.
 
¿Qué debemos obtener de ese modelo? Se quiere evaluar los efectos de las decisiones operativas, de inversión y de financiación sobre la rentabilidad y sobre la posición financiera, sobre los beneficios y sobre las necesidades de fondos, por lo que el resultado final tiene que ser estados financieros completos proyectados (cuentas de resultados, balances, estado de origen y aplicación de fondos, ratios financieros) para un horizonte que se extienda por 3-5 años.
 
¿Cómo desarrollar el modelo? Algunos principios de diseño que nos pueden ayudar:
  • Considerar que se trata de una herramienta de gestión que busca resultados suficientemente aproximados, por eso no debe atarse a convenciones contables ni pretender cifras 100% fidedignas, y conviene evitar detalles no relevantes. Hay que alcanzar el punto justo de equilibrio entre una sensibilidad suficiente y la simplicidad de uso.
  • Tiene que recoger la diversidad de situaciones existente a lo largo de la cadena de valor, diferenciando entre productos o líneas, canales, mercados geográficos y segmentos de clientes.
  • Aplicar el principio de Pareto, en el sentido de dar un tratamiento bastante detallado a los eventos o factores de tipo A, un tratamiento intermedio a los de tipo B y solo una aproximación para los de tipo C.
  • Procesar de forma individual los distintos flujos de ingresos y gastos (sin atarlos a una única variable general), para poder así reflejar sus diferencias de comportamiento.
  • Introducir variables macro clave, como los tipos de interés, de cambio, y la demanda total del mercado. Respecto a precios, no solo considerar la inflación sino especialmente las variaciones relativas de los distintos precios y costes.
  • Cuidar mucho la diferenciación entre costes directos e indirectos, fijos y variables. Considerar también los semi-fijos, incorporando los escalones de volumen en los que se incrementan.
  • Tratar a los principales gastos indirectos con principios de costes por actividades, incluyendo las distintas transacciones que influyen en su comportamiento.
  • Tener en cuenta los recursos escasos (ya sean personas, capacidades de equipos o de otros tipos) para identificar cuellos de botella y necesidades de ampliación.
  • Antes de construir el modelo sobre la hoja de cálculo hay que pasar por una fase de diseño. No es bueno querer hacerlo crecer a partir de una improvisación inicial, porque se termina con un modelo enrevesado y poco sólido. Hay que pensar en distintos módulos que luego consolidan sus resultados parciales en unos cuadros finales con las salidas deseadas.

Un modelo de este tipo puede sernos de mucha utilidad para alinear las decisiones con los resultados del negocio. La prueba de su eficacia la tendremos el día que, ante un resultado que va contra lo que nos dice la intuición, revisemos los cálculos y comprobemos que el modelo no está equivocado sino que es nuestra intuición la que nos lleva a una apreciación incorrecta. Entonces la modelización nos estará permitiendo lograr un mejor entendimiento de las interrelaciones económicas y financieras del negocio. 
 
 

¿Quién se ha llevado mis beneficios?


A menudo sucede que una empresa ha tenido beneficios pero, sin embargo, si se los quiere repartir entre los accionistas resulta que no hay dinero para hacerlo. No nos referimos a hipotéticos beneficios (“lo que podríamos ganar si no fuese…”) ni a un buen margen que se queda en casi nada al completar los números, sino a beneficios netos efectivamente obtenidos. Entonces, ¿quién se ha llevado los beneficios?

Una vez completado el ciclo de ventas, el destino natural de los beneficios debería estar en la Caja, lo que posibilitaría el reparto de dividendos. Pero en el día a día de las operaciones se pueden estar dando hechos que de forma inadvertida tuercen ese destino natural.

Un primer lugar adonde pueden haber ido a parar: las cuentas de clientes. Aumentan los saldos de las cuentas a cobrar, sin que haya habido una decisión explícita de aplicar fondos a las mismas. Puede ser bueno si el incremento se debe a un crecimiento de ventas; quizás no tan bueno si las ventas siguen igual pero se ha tenido que modificar la política de cobros alargando el período de pago; seguramente nada bueno si el incremento de los saldos responde a un aumento de la morosidad.

Otro posible destino de los fondos: las existencias. Y también en este caso podemos encontrarnos con la necesidad de aumentarlas como consecuencia de un incremento de la actividad, o al contrario, que aunque las ventas han caído sin embargo los stocks han crecido. Pueden haber crecido los saldos de productos terminados porque no se haya querido bajar la producción a pesar de la falta de pedidos. O aumentado las existencias de materias primas como consecuencia de una descoordinación respecto a cambios en el plan de producción.

Los fondos pueden también haberse usado, de forma semiautomática, en muchas pequeñas inversiones. Son esas inversiones que no se analizan porque su importe reducido parece no justificarlo, que se van haciendo a lo largo del año casi por impulso. Son reposiciones, o imposiciones legales, u oportunidades de ahorro con corto período de recuperación. Solo cuando se las analiza en conjunto se toma consciencia de que suman tanto como una inversión de esas que se hubieran analizado cuidadosamente tanto en su rentabilidad como en su financiación.

Y un último destino de los fondos, más difícil de apreciar porque el problema no es lo que hay sino lo que NO hay: la disminución del pasivo circulante. El momentáneo exceso de liquidez nos puede haber llevado a ablandar la política de pago a proveedores, acortando plazos, o a no renovar una línea de financiación.

Ya se ve que de antemano no se puede juzgar si el hecho de que los beneficios obtenidos no se encuentren disponibles en Caja es algo bueno o malo. La utilización que se haya hecho de los mismos es lo que dará la respuesta. Lo que es reprobable es la sorpresa en sí misma. No debería suceder que el deseo de repartir beneficios sea el factor que nos haga darnos cuenta de las decisiones de asignación de fondos que se han tomado inadvertidamente.

Debemos tener muy claras las repercusiones financieras de las decisiones operativas. Y llevar a cabo un seguimiento continuo y que no se limite a la cuenta de resultados. Hay que vigilar mucho la Caja, analizando el origen y la aplicación de los fondos. De esta forma gestionaremos mejor los recursos financieros, y nos evitaremos pasar por el trance de tener la desagradable sensación de que alguien se ha llevado nuestros beneficios.