A menudo sucede que una empresa ha tenido beneficios pero, sin embargo, si se los quiere repartir entre los accionistas resulta que no hay dinero para hacerlo. No nos referimos a hipotéticos beneficios (“lo que podríamos ganar si no fuese…”) ni a un buen margen que se queda en casi nada al completar los números, sino a beneficios netos efectivamente obtenidos. Entonces, ¿quién se ha llevado los beneficios?
Una vez completado el ciclo de ventas, el destino natural de los beneficios debería estar en la Caja, lo que posibilitaría el reparto de dividendos. Pero en el día a día de las operaciones se pueden estar dando hechos que de forma inadvertida tuercen ese destino natural.
Un primer lugar adonde pueden haber ido a parar: las cuentas de clientes. Aumentan los saldos de las cuentas a cobrar, sin que haya habido una decisión explícita de aplicar fondos a las mismas. Puede ser bueno si el incremento se debe a un crecimiento de ventas; quizás no tan bueno si las ventas siguen igual pero se ha tenido que modificar la política de cobros alargando el período de pago; seguramente nada bueno si el incremento de los saldos responde a un aumento de la morosidad.
Otro posible destino de los fondos: las existencias. Y también en este caso podemos encontrarnos con la necesidad de aumentarlas como consecuencia de un incremento de la actividad, o al contrario, que aunque las ventas han caído sin embargo los stocks han crecido. Pueden haber crecido los saldos de productos terminados porque no se haya querido bajar la producción a pesar de la falta de pedidos. O aumentado las existencias de materias primas como consecuencia de una descoordinación respecto a cambios en el plan de producción.
Los fondos pueden también haberse usado, de forma semiautomática, en muchas pequeñas inversiones. Son esas inversiones que no se analizan porque su importe reducido parece no justificarlo, que se van haciendo a lo largo del año casi por impulso. Son reposiciones, o imposiciones legales, u oportunidades de ahorro con corto período de recuperación. Solo cuando se las analiza en conjunto se toma consciencia de que suman tanto como una inversión de esas que se hubieran analizado cuidadosamente tanto en su rentabilidad como en su financiación.
Y un último destino de los fondos, más difícil de apreciar porque el problema no es lo que hay sino lo que NO hay: la disminución del pasivo circulante. El momentáneo exceso de liquidez nos puede haber llevado a ablandar la política de pago a proveedores, acortando plazos, o a no renovar una línea de financiación.
Ya se ve que de antemano no se puede juzgar si el hecho de que los beneficios obtenidos no se encuentren disponibles en Caja es algo bueno o malo. La utilización que se haya hecho de los mismos es lo que dará la respuesta. Lo que es reprobable es la sorpresa en sí misma. No debería suceder que el deseo de repartir beneficios sea el factor que nos haga darnos cuenta de las decisiones de asignación de fondos que se han tomado inadvertidamente.
Debemos tener muy claras las repercusiones financieras de las decisiones operativas. Y llevar a cabo un seguimiento continuo y que no se limite a la cuenta de resultados. Hay que vigilar mucho la Caja, analizando el origen y la aplicación de los fondos. De esta forma gestionaremos mejor los recursos financieros, y nos evitaremos pasar por el trance de tener la desagradable sensación de que alguien se ha llevado nuestros beneficios.
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