El Gobierno, ya sea por ideas propias o impuestas, quiere aplicar políticas de austeridad, y casi todo el
mundo se le echa encima por querer reducir el gasto público. Como si el
Gobierno contase con los fondos para pagar ese gasto y quisiese destinarlo a
inversiones financieras en lugar de gastarlo.
¿Quién paga la fiesta? Si los
ingresos normales son menores que el nivel de gasto que se quiere mantener,
alguien tiene que pagar la diferencia. ¿Se puede vender algo? Las “joyas de la
abuela” ya se vendieron en la época de las privatizaciones. Entonces pedir
prestado puede verse como la solución, pero es que no vale la pena dedicar
tiempo a analizar esa alternativa porque de todas maneras los mercados
financieros están cerrados, y es muy poco lo que puede aumentarse sobre el
nivel actual de endeudamiento.
En principio parece curioso esto de querer que siga la fiesta sin saber
muy bien cómo pagarla, esta desconexión
entre la corriente de ingresos y la
corriente de gastos. Pero no resulta tan curioso, ni un comportamiento
exclusivo de la mayoría de los políticos y de los ciudadanos amantes del gasto
público, cuando vemos que una desconexión similar se da también en muchas empresas.
Es algo que sucede muy fácilmente cuando la actividad es floreciente,
las ventas crecen y se genera margen. O cuando el crédito es abundante y se
consigue financiación para cualquier necesidad. Decir que sucede incluso en
esta época de penurias puede parecer insultante después de tantos despidos y
tanta reducción de costes, pero sin embargo sucede. Lo hace no porque esas
empresas tengan gestores manirrotos o necios, sino porque incluso aquellas empresas
muy enfocadas en los costes no hacen una
buena gestión de costes, ya que cuidan mucho la eficiencia y poco la eficacia.
Es más importante estar haciendo aceptablemente bien lo que se debe hacer, que ser muy
eficiente en actividades que sería mejor abandonar. ¿Y por qué se pueden estar
haciendo cosas que sería mejor no hacer?
Pues, por la famosa desconexión entre las corrientes de ingresos y
gastos.
En cuanto la empresa tiene un cierto tamaño gana en complejidad, lo que dificulta tener una
visión global de la economía del negocio. Muchos productos, muchos mercados,
muchos clientes aportan fondos a una caja común, de la que luego salen para
pagar una gran variedad de gastos, muchos de ellos indirectos. He aquí la
desconexión.
Antes de profundizar en la eficiencia hay que asegurar la eficacia,
saber qué es lo que se debe hacer, qué es lo que más conviene a la empresa. La
eficacia empieza por conocer en cuales
productos, mercados, clientes hay que enfocarse, y cuales abandonar. En asignar
los recursos en función de esas oportunidades.
Se llega a esas decisiones mediante un análisis integrado de la
estrategia comercial y la economía de la empresa, concentrándose en lugar de
dispersarse, mirando hacia el futuro para identificar lo que hay cambiar a la vista
de las tendencias, y fomentando la innovación.
Esto exige un esfuerzo constante, pero dar prioridad a la eficacia es
lo único que reestablece la conexión
entre ingresos y costes y
asegura que el margen que se obtiene de los buenos productos y clientes no
termine pagando la fiesta de mantener actividades que deberían abandonarse.
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