La Cuenta de
Resultados (CR) es el estado financiero más utilizado, y hasta podríamos decir
que “demasiado” utilizado en tanto
que basados únicamente en el mismo se llega a conclusiones sobre la
rentabilidad de la empresa.
El problema está en
que la CR nos da información sobre los recursos utilizados de una forma indirecta y parcial. Indirecta porque no vemos las inversiones sino
los intereses pagados por la financiación que las sostiene, y parcial porque
esos intereses corresponden exclusivamente al endeudamiento.
Estamos más cerca de
conocer la verdadera rentabilidad cuando se
le atribuye un coste a los fondos
propios (FP). No hay que confundirse por el hecho de no pagar intereses por
los mismos, confusión que es fácil que se produzca si el análisis se enfoca en
la CR tradicional.
No hay dudas que de
acuerdo a la normativa contable no se puede cargar intereses por los FP. Pero
ese es un criterio contable, cuando de lo que se trata es de aplicar criterios
económicos por medio de una contabilidad
de gestión para uso interno.
En tanto no
apliquemos criterios económicos no
conoceremos realmente la rentabilidad, con los efectos que produce ese
desconocimiento sobre las decisiones directivas de invertir o desinvertir, de
cambiar de rumbo o seguir en una misma línea.
Nos enfrentamos
entonces a dos cuestiones en el
intento de llegar a conclusiones sobre el rendimiento de la empresa en base a
la CR: por un lado el cómo representar la totalidad del capital empleado, y por
otro lado el cómo asignarles un coste a los FP.
Los recursos
permanentes son la contrapartida de los
activos utilizados, a los que conviene separar en capital de trabajo y en activos fijos por la diferencia que
existe en la flexibilidad derivada de las decisiones relacionadas con los
mismos. Aplicando un coste de capital a los recursos inmovilizados durante el
período podemos llegar a reflejar el coste económico de los activos que se
necesitaron para generar los resultados.
El coste de capital surge de ponderar el
coste del endeudamiento (que ya lo conocemos por medio de los intereses
bancarios) y el coste que debemos atribuirle a los FP. ¿Y por qué hay que
atribuirles un coste si realmente no hemos pagado por ellos?
La respuesta a esta
pregunta la tienen muy clara las empresas que cotizan en Bolsa. Para atraer a inversores
tienen que trasladar al mercado de capitales unas expectativas de rentabilidad lo suficientemente atractivas, que
vienen a constituir una especie de “precio” a pagar en forma de rentabilidad
para el accionista.
El empresario que no
está en Bolsa no lo tiene tan claro, y al aportar capital no se basa en una
expectativa de rentabilidad tan explícita que pueda usarla como precio. Pero es
evidente que el dinero que invierte en su propia empresa deja de poder
invertirlo en otras inversiones alternativas, y por tanto tiene un coste de oportunidad, que es lo que
puede considerar como precio.
¿Y qué alternativas
considerar para estimar el coste de oportunidad? Tienen que ser alternativas
con un nivel de riesgo comparable al
de su empresa, por lo tanto no vale pensar “si no lo reinvierto en la empresa,
pondría este dinero en un depósito bancario”.
Y lo que se suele hacer entonces es sumar una prima de riesgo a la
rentabilidad de un activo financiero “seguro” (como han sido consideradas
normalmente las obligaciones a largo plazo del Estado).
La anormal situación actual del mercado financiero
no hace sino reforzar las probabilidades de tener una visión deformada de la
rentabilidad si no aplicamos criterios de contabilidad de gestión. Por un lado,
la desaparición del crédito fuerza un desapalancamiento financiero que eleva la
participación de los FP. Por otro lado, las inyecciones de liquidez al sistema
bancario no logran que aflore el crédito sino que rebajan la retribución de los
depósitos, pudiendo confundir respecto al coste de oportunidad a considerar,
cuando en realidad el tremendo diferencial de intereses entre depósitos y
préstamos es consecuencia del alto riesgo percibido dada la pésima situación de
la economía en general.
En estos momentos
hay muy poco margen de decisión sobre el grado de endeudamiento (se puede decir
que “se tiene el que se consigue”), pero un mayor uso de fondos propios sin
coste explícito no debe hacernos pensar que el coste del capital ha bajado, y llevarnos
a reducir equivocadamente la rentabilidad
exigida a las inversiones.
Muy bueno!! Genial la frase sobre el endeudamiento de "se tiene el que se consigue". Quizá está sea la política que actualmente esté definiendo la estructura financiera de las empresas.. También interesante relacionar todo lo planteado con la política de dividendos... Estamos todos apegados a ellos, pero con una financiación tan escasa y todavía cara parece que lo que más sentido tiene es -en la medida de lo posible- la financiación propia..
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