El crecimiento de las ventas es uno de los factores que
generan creación de valor. En esta época de mercados menguantes se ve con resignación
que es muy difícil establecer objetivos de aumento de los ingresos. Por eso es
entendible que se pueda considerar inasumible la sugerencia de “vender menos”.
El conocimiento convencional nos dice que hay que aceptar
cualquier operación de venta en la cual los ingresos superen a los costes
variables, porque de esa forma se estaría generando un cierto margen de
contribución, que algo aportaría a la cobertura de los costes fijos de la
empresa.
Este razonamiento puede implicar dos errores en
circunstancias que, si se dan, hacen que realmente se pueda obtener mayores
beneficios vendiendo menos que antes. Uno de los errores se relaciona con el
volumen de costes variables a considerar, y el otro error tiene que ver con los
recursos que se aplican a las actividades.
El primer autoengaño consiste en considerar unos costes
variables inferiores a los que se debería tener en cuenta. La contabilidad de
costes tradicional se basa en el costeo del producto, imputando muy bien los costes directos
(materia prima, mano de obra directa) y aplicando formas de reparto de los
costes indirectos un tanto arbitrarias. Este enfoque funcionó razonablemente
bien hasta hace 30 años, pero se quedó obsoleto ante el fuerte incremento de la
participación de los gastos indirectos en las estructuras de costes. De ahí el
surgimiento de los sistemas de costes basados en actividades (ABC).
Un cálculo ABC del coste completo de servir (sin limitarse a
solo el producto) puede hacernos ver que en determinadas operaciones de venta
los costes variables son mucho mayores de lo pensado. Identificar de forma más
cercana a la realidad cuales son los factores que inciden en el comportamiento
de los costes indirectos nos facilita ese conocimiento. Y de esta forma podemos
llegar a descubrir que determinados productos, clientes o canales tienen en
realidad un margen de contribución negativo, pasando por lo tanto a ser
candidatos al abandono, lo que haría que lográsemos mayores beneficios aunque
vendamos menos que antes.
Pero a este análisis hay que enriquecerlo considerando además
otros factores que solo sistemas de costes más avanzados incluyen. Se trata del
impacto en Balance de las distintas actividades, valorando el coste financiero
causado por la inversión en Working
Capital (inventarios, cuentas a cobrar). Entonces quizás veamos como
ciertos productos o clientes que son un porcentaje marginal de las ventas
tienen sin embargo una participación mucho mayor en las partidas del activo
circulante.
Contribuye también a este autoengaño la cuestión del
horizonte de decisiones considerado. Salvo los costes “hundidos” (ya
incurridos), a largo plazo TODOS los costes son variables. Pero en general los análisis
se hacen pensando en el corto plazo, y así es como perduran en el tiempo
actividades que ya se hubieran descartado si se pensase en horizontes más
largos.
El segundo autoengaño se refiere a un aspecto que ningún
sistema de costes es capaz de reflejar. Se trata del hecho de que el personal
clave de la empresa es un recurso escaso, y generalmente tan indirecto a las
actividades que ni siquiera los mejores sistemas ABC recogen su utilización. Y
sin embargo ese personal clave pierde mucho tiempo con clientes o productos
marginales, que distraen mucho y no aportan nada positivo (si es que no
ocasionan quebrantos). Hay aquí un coste de oportunidad por no poder dedicar
ese tiempo a una mejor gestión de las operaciones o a nuevas oportunidades.
Por lo tanto, si lo que realmente importa es el beneficio
(antes que las ventas), es necesario analizar las operaciones con métodos que
van más allá de la contabilidad tradicional, para primeramente sacar a la luz
estas situaciones de rentabilidad negativa, y luego tomar e implantar la
decisión de abandonar esos productos, clientes o canales. De esta forma
podremos hacer realidad lo de “vender menos para ganar más”.
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